18 marzo 2011

Jaloque

El peor momento para los dos era cuando decíamos de recoger para marcharnos. Los veíamos correr a lo lejos y acercarse para preguntar qué pasaba, aunque sabían bien lo que tocaba. Otra carrera hacia la orilla y una de vuelta hacia nosotros. La marea había comenzado a subir, el mar rugía insólitamente a pesar de ser el mediterráneo, el viento comenzaba a levantar areniscas y, en remolinos, se llevaba las voces y pensamientos de la gente que, hasta hace un momento, pasaba la tarde de domingo. El sol no era ya, más que el reflejo de sí mismo, y la sombra de la ladera de una peña, rasa, casi yerma y violeta, va extendiendo imperceptiblemente su línea hasta casi alcanzarnos.
Se llegan a nuestra altura, estamos desmontando el "chiringuito"; con dos de las cuatro estacas quitadas, aprovechan para meterse debajo de la tela, es seda de paracaídas. Quitamos una tercera pata y, a la cuarta, la tela que, hasta ese momento hizo de parasol, cae grácilmente sobre ellos, los cubre y envuelve en un sedoso misterio, sus torpes movimientos. El jaloque gira en torno de todos ellos y levanta, de cuando en cuando, la tela...¿cu-cu?...¡¡trás!! y vuelve a caer, y sueña con escapar mar adentro, y vuelve a ser levantada por sus manitas y el hálito que los acaricia.
Luego, en el coche, los granos de arena en las alfombrillas son un vestigio invernal de playa y mar añorados. El uno sobre el otro, duermen en la parte de atrás, mecidos por un suave traqueteo de autovía. Empieza a ser de noche de verdad, en la radio, bajita de volúmen, ultiman los resultados del grupo XIII de la Tercera División y en unos minutos el informativo de las 21,00 horas hará las veces de despertador de lunes...la semana habrá comenzado.

1 comentario:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Tal es la precisión y la sensibilidad del escrito que me llegó esa nostalgia de domingo por la tarde, de fin de recreo en el colegio y de recuerdos de nuestros viajes a la playa de Granada.