07 marzo 2011

Alhaja

El aire acondicionado de la habitación suena destartalado, muy fuerte; a veces semeja la tos de un anciano con tosferina. Por eso hace un par de horas que lo he desconectado. La piel sintética del sillón resuena quejumbrosa bajo mi peso cada vez que doy media vuelta. La mañana del día 5 la Ciudad Imperial amanece poco a poco. La persiana deja entrever los comienzos de su vida: los tonos grises, azules, rosados después y, finalmente amarillentos del amanecer que se cuela por entre los edificios. Un despistado que hace footing todas las mañanas; otro que pasea a su perro-patada periódico bajo el brazo. El bar de enfrente que levanta su persiana para los primeros mejunjes de cafeína de la mañana. Uno que aparca dentro del recinto del hospital; otro que desaparca fuera del mismo. Por debajo de la puerta, el haz de luz anuncia el cambio de turno de enfermería, el inicio de los paseos por el pasillo. Comienza a oirse un abrir y cerrar de puertas, "buenos días" por aquí y por allá; desde el fondo del pasillo se va acercando un tintineo rápido de cucharillas, tazas, plásticos de las galletas sin gluten, sin azucar, sin nada, asépticas de hospital.
La vida, comienza que comienza de nuevo; no suelen pasar cosas raras.
Al lado, Ana y Javier duermen plácidamente, sus pequeñas respiraciones de alhaja lo llenan todo...desde entonces.

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